fuente: Diario La Opinión de Murcia.
LOS MODERNOS CENSORES DE LA CULTURA
Hay actos radicales que son muy clarificadores. Ayudan a disipar la niebla de ambigüedad y confusión que algunos añaden interesadamente sobre la creciente complejidad del mundo para que no entendamos nada. Censurar, prohibir lo que molesta al poder es todavía, a pesar de su vieja y nauseabunda historia, uno de esos gestos radicales que nos ayudan por su transparencia a comprender.
Todo lo que Leo Bassi pudiera haber hecho con su provocativo espectáculo de denuncia de los escándalos políticos e inmobiliarios que han degradado la vida pública regional no sería nunca tan radical como la decisión de la Consejería de Cultura de censurarlo, que además se revela como una enorme torpeza que alimenta el propio montaje de Bassi: con toda razón dirá ahora que los responsables de la corrupción política y la depredación medioambiental son además unos autoritarios enemigos de la libertad de expresión.
Conviene recordar que este grave acto de censura no es por lo demás el primero que se produce en esta etapa: hace pocos meses ya se ejerció –con burdas excusas- contra ciertas propuestas del Festival Punto Aparte, como Messiah Game (El juego del Mesías), del coreógrafo y bailarín alemán Felix Ruckert, un espectáculo de danza que la crítica calificó de “soberbio” y que ya había levantado protestas de sectores católicos en su estreno en la Bienal de Danza de Venecia, poderosa razón para que nos quedáramos sin verlo.
Hoy y aquí apropiarse del discurso de la modernidad es un requisito para mantener la hegemonía social y política. La inteligente operación que parecía defender la Consejería de Cultura en su nueva etapa, consistente en sustituir la antigua y torpe política cultural de la rancia derecha de siempre-que aun permanece viva y en cartel en muchos pueblos, e incluso en la misma capital, al amparo de la derecha sociológica- por otra que se reclame sin complejos incluida de forma competente en la modernidad se ve así por completo arruinada por estos gestos que nos recuerdan la genealogía política de los nuevos mandarines del la cultura.
Entonces se ve claro que no puede haber autonomía para un nuevo modelo cultural que está fatalmente comprometido con el proyecto político al que sirve, el mismo que cuestiona hasta el ridículo la asignatura de Educación para la Ciudadanía de la mano de una minoría ultra, que impulsa los privilegios de la UCAM y a sus oscuros propietarios en detrimento de las universidades públicas, que se muestra incapaz de depurar responsabilidades políticas frente a la corrupción probada de sinvergüenzas con cargo público, etc.
Es cuando nos damos cuenta de que el nuevo modelo cultural con sus aparentemente atrevidas propuestas y discursos resulta, más allá de la voluntad de los propios artistas y creadores ocasionalmente implicados, puro escaparatismo intrascendente en el contexto institucional en que se produce, y cuya carga explosiva de subversión y rebeldía es tan banal e inofensiva como esas decorativas granadas sin espoleta que se usan de ceniceros kitch.
Todos los sinceros intentos de algunos creadores por introducir contenidos críticos están neutralizados de antemano. Como ha señalado lúcidamente Amador Fernández-Savater a propósito de lo que ha llamado el nuevo régimen cultural- el mismo que sigue Gallardón en Madrid- se trata de captar ciertas energías sociales creativas, pero subordinándolas inmediatamente a un guión preestablecido. “Es un dispositivo de participación controlada que conjura por todos los medios cualquier imprevisto, cualquier atisbo de autogestión de sentido”. Así el Consejero Cruz ha utilizado como gran argumento para la censura de Bassi el que “no sabíamos qué iba a suceder”,
No sólo no se puede organizar la subversión desde los despachos oficiales y con un partido como el PP detrás, sino que en realidad se parte del rechazo a lo único moderno y avanzado que podríamos esperar de los políticos sedicentemente liberales que gestionan la cultura regional: trasladar con todas sus consecuencias el protagonismo a los creadores, a la sociedad civil organizada, y a los propios ciudadanos, para los que ni se abren auténticos cauces de participación ni mecanismos independientes de transferencia de recursos para una gestión autónoma de los miopes intereses partidistas, ya que en el fondo no se renuncia a seguir ejerciendo la tutela de la vida cultural.
Y ésta puede ser muy fuerte en una situación como la de la región de Murcia donde las instituciones dominan casi por completo la vida cultural, que muestra una relación de práctica dependencia directa de los presupuestos públicos o de otras instancias (como las cajas de ahorros) bajo control político indirecto, en la que es muy débil el tercer sector cultural (asociaciones), y la iniciativa privada es aun muy escasa.
Por que al cabo lo que se está desarrollando es una estrategia de despolitización: impedir que la esfera cultural de cuenta críticamente de los problemas reales a que nos enfrentamos en Murcia, evitando tanto que se abra un frente cultural contra la política de este gobierno como procurando la búsqueda de legitimación que la cultura es todavía capaz de generar frente a la erosión de otras instancias, y para ello se juega tanto con la necesidad de algunos sectores culturales para los que el apoyo público es vital como con el simple deseo de muchos creadores de desarrollar su trabajo en condiciones aceptables.
Pero todo este tinglado cultural se derrumba como un castillo de naipes cuando aparece la burda, chapucera imposición de la censura que nos remite a un pasado cutre que creíamos feliz y definitivamente superado y que sin embargo vemos que subyace bajo la exquisita y vacía retórica de la modernidad de la que tanto se abusa, tras la tramposa utilización de los nombres de brillantes artistas y pensadores que se escandalizarían al saber que tienen por anfitriones a emboscados censores temerosos de la libre expresión, tras la incontinencia de tanta pose teatral con que se invade permanentemente la escena pública por quienes están, quizás, simplemente preocupados con la próxima remodelación del gobierno regional. Y haciendo méritos.
Patricio Hernández Pérez
Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
Hay actos radicales que son muy clarificadores. Ayudan a disipar la niebla de ambigüedad y confusión que algunos añaden interesadamente sobre la creciente complejidad del mundo para que no entendamos nada. Censurar, prohibir lo que molesta al poder es todavía, a pesar de su vieja y nauseabunda historia, uno de esos gestos radicales que nos ayudan por su transparencia a comprender.
Todo lo que Leo Bassi pudiera haber hecho con su provocativo espectáculo de denuncia de los escándalos políticos e inmobiliarios que han degradado la vida pública regional no sería nunca tan radical como la decisión de la Consejería de Cultura de censurarlo, que además se revela como una enorme torpeza que alimenta el propio montaje de Bassi: con toda razón dirá ahora que los responsables de la corrupción política y la depredación medioambiental son además unos autoritarios enemigos de la libertad de expresión.
Conviene recordar que este grave acto de censura no es por lo demás el primero que se produce en esta etapa: hace pocos meses ya se ejerció –con burdas excusas- contra ciertas propuestas del Festival Punto Aparte, como Messiah Game (El juego del Mesías), del coreógrafo y bailarín alemán Felix Ruckert, un espectáculo de danza que la crítica calificó de “soberbio” y que ya había levantado protestas de sectores católicos en su estreno en la Bienal de Danza de Venecia, poderosa razón para que nos quedáramos sin verlo.
Hoy y aquí apropiarse del discurso de la modernidad es un requisito para mantener la hegemonía social y política. La inteligente operación que parecía defender la Consejería de Cultura en su nueva etapa, consistente en sustituir la antigua y torpe política cultural de la rancia derecha de siempre-que aun permanece viva y en cartel en muchos pueblos, e incluso en la misma capital, al amparo de la derecha sociológica- por otra que se reclame sin complejos incluida de forma competente en la modernidad se ve así por completo arruinada por estos gestos que nos recuerdan la genealogía política de los nuevos mandarines del la cultura.
Entonces se ve claro que no puede haber autonomía para un nuevo modelo cultural que está fatalmente comprometido con el proyecto político al que sirve, el mismo que cuestiona hasta el ridículo la asignatura de Educación para la Ciudadanía de la mano de una minoría ultra, que impulsa los privilegios de la UCAM y a sus oscuros propietarios en detrimento de las universidades públicas, que se muestra incapaz de depurar responsabilidades políticas frente a la corrupción probada de sinvergüenzas con cargo público, etc.
Es cuando nos damos cuenta de que el nuevo modelo cultural con sus aparentemente atrevidas propuestas y discursos resulta, más allá de la voluntad de los propios artistas y creadores ocasionalmente implicados, puro escaparatismo intrascendente en el contexto institucional en que se produce, y cuya carga explosiva de subversión y rebeldía es tan banal e inofensiva como esas decorativas granadas sin espoleta que se usan de ceniceros kitch.
Todos los sinceros intentos de algunos creadores por introducir contenidos críticos están neutralizados de antemano. Como ha señalado lúcidamente Amador Fernández-Savater a propósito de lo que ha llamado el nuevo régimen cultural- el mismo que sigue Gallardón en Madrid- se trata de captar ciertas energías sociales creativas, pero subordinándolas inmediatamente a un guión preestablecido. “Es un dispositivo de participación controlada que conjura por todos los medios cualquier imprevisto, cualquier atisbo de autogestión de sentido”. Así el Consejero Cruz ha utilizado como gran argumento para la censura de Bassi el que “no sabíamos qué iba a suceder”,
No sólo no se puede organizar la subversión desde los despachos oficiales y con un partido como el PP detrás, sino que en realidad se parte del rechazo a lo único moderno y avanzado que podríamos esperar de los políticos sedicentemente liberales que gestionan la cultura regional: trasladar con todas sus consecuencias el protagonismo a los creadores, a la sociedad civil organizada, y a los propios ciudadanos, para los que ni se abren auténticos cauces de participación ni mecanismos independientes de transferencia de recursos para una gestión autónoma de los miopes intereses partidistas, ya que en el fondo no se renuncia a seguir ejerciendo la tutela de la vida cultural.
Y ésta puede ser muy fuerte en una situación como la de la región de Murcia donde las instituciones dominan casi por completo la vida cultural, que muestra una relación de práctica dependencia directa de los presupuestos públicos o de otras instancias (como las cajas de ahorros) bajo control político indirecto, en la que es muy débil el tercer sector cultural (asociaciones), y la iniciativa privada es aun muy escasa.
Por que al cabo lo que se está desarrollando es una estrategia de despolitización: impedir que la esfera cultural de cuenta críticamente de los problemas reales a que nos enfrentamos en Murcia, evitando tanto que se abra un frente cultural contra la política de este gobierno como procurando la búsqueda de legitimación que la cultura es todavía capaz de generar frente a la erosión de otras instancias, y para ello se juega tanto con la necesidad de algunos sectores culturales para los que el apoyo público es vital como con el simple deseo de muchos creadores de desarrollar su trabajo en condiciones aceptables.
Pero todo este tinglado cultural se derrumba como un castillo de naipes cuando aparece la burda, chapucera imposición de la censura que nos remite a un pasado cutre que creíamos feliz y definitivamente superado y que sin embargo vemos que subyace bajo la exquisita y vacía retórica de la modernidad de la que tanto se abusa, tras la tramposa utilización de los nombres de brillantes artistas y pensadores que se escandalizarían al saber que tienen por anfitriones a emboscados censores temerosos de la libre expresión, tras la incontinencia de tanta pose teatral con que se invade permanentemente la escena pública por quienes están, quizás, simplemente preocupados con la próxima remodelación del gobierno regional. Y haciendo méritos.
Patricio Hernández Pérez
Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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