Recado de escribir
Dos cipreses caravaqueños - Santiago Delgado
Se han salvado, por ahora, dos cipreses en el casco histórico, y qué casco histórico, de Caravaca, y toda la ciudadanía regional, nacional y universal debemos alegrarnos por ello.
Mi amigo Ricardo Montes dice que son del tiempo de San Juan de la Cruz, y ello me emociona. Pero dos cipreses no son dos cipreses solamente. Son dos cipreses con su entorno vegetal, que es parte de los cipreses. No son seres minerales. Ni siquiera pueden desgajarse de las paredes del venerable inmueble. Son carne viva de la Historia.Yo felicito a la ciudadanía caravaqueña que se ha movilizado porque se detenga la pica inclemente, salvaje y arboricida del falso progreso. El Huerto de los Cipreses era una factoría de paz, una cascada de espiritualidad y un viento de cultura él mismo. Un huerto es algo especial, dijo Ramón Gaya. Un huerto no son las huertas. Y quien quiera saber que lea al maestro. Escuchar los pajarillos entre los cipreses, arrayanes y caléndulas del florido patio de las monjas era arriesgarse a que a uno le sucediera lo que a aquel monje que, en escuchándolos, dejó pasar tres o cuatro siglos, creyendo que apenas eran un instante. Leyenda europea es esta del monje y los pajarillos. Tener un escenario válido para ese avatar es maravilla o privilegio. El Ayuntamiento, la cosa pública, debería saberlo, y ampararlo con las leyes y las protecciones más eficaces.Si es verdad que se salva el Huerto de los Cipreses, seremos en esta Región todos más cultos, y más sabios. Porque sabio es el que pondera y aprecia la vida de los árboles centenarios como éstos. La savia que asciende por sus leñosos troncos sabe los versos del místico, que escuchara la tierra misma desde la que suben, buscando la unión con el Todo, como el frailecillo de Fontiveros hacía, al escaparse en la noche oscura del alma, para buscar al Amante Eterno, que pocos encuentran.Y ésa debe ser la lección: los dos cipreses son como dos versos murcianos del santo abulense, que nos dejara de regalo en esta tierra. Son doblemente sagrados, por poesía y por germinar desde semilla, justo cuando, peregrino de la española tierra, rendía viaje en nuestra Caravaca de la Cruz. Amar a los árboles es amar al ser humano, y es amar a Dios. Vale.
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